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SABRINA (1954)

Se ha dicho hasta la saciedad que hay actores que siempre están bien, y Humphrey Bogart era uno de ellos. No importa que siempre se hallen en el mismo registro con lógicas variantes (dominar el registro y las variantes es condición sine qua non para estar siempre bien), pero nos regalan películas que una tras otra nos deleitan. Nos pasa a los devotos del cine negro con Bogart, como le puede pasar a los entusiastas del musical con Fred Astaire.

Pero no en Sabrina. Pocos patinazos metió Bogart en su carrera profesional, pero hay que reconocer que Sabrina fue uno de ellos. Convertido a sus 55 años en galán romántico que seduce a una jovencísima Audrey Hepburn en este film, ni su presencia ni su personaje resultan creíbles en una película que, a pesar de todo, se sigue viendo con enorme gusto. No es para menos: Billy Wilder en el guión y a la dirección, Audrey Hepburn en estado de gracia, un William Holden en su mejor momento y una música romántica de Frederick Hollander, Sabrina es una película romántica, una chick-flick o comedia romántica para chicas como hay y ha habido tantas. Muchos directores clásicos pasaron por la piedra de rodar una comedia romántica, y hoy día, casi todos los actores tienen al menos una en su haber. Es dinerito asegurado. Lo que salva a Sabrina del desastre es Billy Wilder con sus ideas ingeniosas: las copas de champán en el bolsillo trasero de un pantalón, la endiablada aceituna que no quiere salir del tarro, las réplicas brillantes, a veces afiladas como un cuchillo… Detalles de chispa sin los cuales la película sería demasiado remilgada para nuestro gusto.

La desgracia es que Bogart llegó a ella de rebote. El papel había sido escrito (ahora se entiende todo) para Cary Grant, que sí daba el ancho del galán maduro; pero Grant, al final, no quiso saber nada del film y Bogart llegó como plato de segunda mesa. Esto lo tuvo tan enfurecido durante el rodaje que sólo se dedicó a molestar, y fuera de la filmación, a hablar mal del proyecto, de Audrey Hepburn, y sobre todo, de Billy Wilder. Para colmo, Wilder no le invitaba a los cócteles que organizaba con Holden y Audrey en el camerino de ésta al finalizar cada día de rodaje (en su vejez, Wilder se arrepintió de ello), y al sentirse excluido del club, Wilder azuzó más todavía las brasas del ego de Bogey, quien no se sentía tampoco a gusto en el papel de galán maduro. Para colmo, cuando se enteró de que Holden y Audrey tenían una aventura amorosa, su ego se resintió todavía más, ya que era Bogart, y no Holden, quien de los dos hermanos de ficción se llevaba a la gatita al agua. Bogart actuó todo el tiempo con mala cara y pensando en otras cosas, y esto se nota todavía en una película que, por otra parte, es la enésima versión de Cenicienta, pero con un glamour y un humor que hoy no sólo parece irrecuperable, sino que definitivamente lo es: quien ha visto la reciente Sabrina, donde Harrison Ford imita a un Bogart que estaba en realidad sustituyendo a Cary Grant, dicen que el bodrio es tan notorio que deja a Bogart y a la película de Wilder en un lugar mucho más que honroso.

Sabrina (1954). Dirección: Billy Wilder. Escrita por Billy Wilder, Samuel Taylor y Ernest Lehman. Fotografía de Charles Lang. Música de Frederick Hollander. Montaje de Arthur P. Schmidt. Intérpretes principales: Humphrey Bogart, Audrey Hepburn, William Holden, Walter Hampden. USA. 113 M. B/N. (***, de 4).

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